El cielo cambia, físicamente los elementos en juego se combinan bajo el movimiento de la presión atmosférica y la luz de los astros proyectada desde fuera de este mundo.
Aparecemos de repente en el eterno ciclo que definimos como el tiempo, desde los inicios de la civilización el cielo ha sido nuestro guía, nuestro mapa, esperanza en el horizonte de lluvia o sequía.
Esperamos en el cielo una bondad divina, una sombra o una brisa refrescante. Estamos conectados emocionalmente a él cómo las mareas a la luna.
El cielo es nuestra ventana espiritual donde al contemplar la noche, anhelamos descubrir un mundo fuera de las leyes naturales conocidas, impuestas sobre nosotros por el destino terrestre.
La religión apoderándose de la noción del más allá, ha tratado siempre de colocar su bandera en los límites del universo pero el cielo es un espectáculo que no se repite, cada día las nubes, como construcciones de gigantes, traicionan a nuestro subconsciente quien trata de descifrar su forma, color y textura.
Anhelamos detener el tiempo y apropiarnos de los momentos que el sol esconde en el horizonte, en el fondo deseamos volar junto a las nubes y ver la ciudad desde lo alto.
La vida parece tan corta, aún aferrándonos a cada instante, soñamos con huir de las tormentas, obtener un dia futuro un destino más sublime, con un reino celestial en el cual, a pesar que no tengamos el control, seguramente adornará los horizontes de soles futuros.